Cuando ningún niño duerma en los portales, ni extienda sus manos pidiendo pan.
Cuando los mortales se sientan hermanos, y en justa armonía convivan.
Cuando los cuarteles no tengan sentido, y sean escuelas, talleres, hogar.
Cuando los cañones entreguen su bronce, para hacer campanas.
Cuando las metrallas acallen sus gritos, para siempre y por siempre jamás.
Cuando el hombre vea en su semejante, tan sólo un hermano y nunca un rival.
Entonces... entonces... conoceremos la Paz.
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